Cultura

Con tener talento no te alcanza: Percibir el mundo que nos rodea

En esta nueva lección de Marcelo di Marco, el maestro analiza el papel crucial que juegan los sentidos para lograr que el lector viva la literatura como si fuera un personaje más.

Por Marcelo di Marco

A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, lloraba sobre los escombros del venerable chalet La Gauchita sin que a nadie le importase un comino, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.

—Cuando terminamos de leer con mis compañeros la parte de la hipnosis de su columna “La hermandad de la uva y de la carne” —díjole, una vez instalado en su pupitre—, tuvimos que salir volando para una pizzería, máster.

—Y no es para menos, Pukkas. Pero no pierdas de vista lo esencial: mi breve sesión de hipnosis vino simplemente a demostrarte que el control del universo sensorial del lector depende de nuestro trabajo sobre el universo sensorial del personaje. Sin los sentidos, ¿qué seríamos?

Según una muy buena peli que vi hace poco por Netflix, sin los cinco sentidos básicos no seríamos nada. Un chabón que no puede oír, ni ver ni olfatear ni desgustar ni palpar es… La verdad, no puedo definir qué es. Hasta las palabras me traicionan, maestro, porque sé que sigue siendo un quién y no un qué.

—Ya sé de que película estás hablando. Y me alegra que la hayas mencionado, porque nos viene muy bien para ejemplificar lo que estamos viendo últimamente.

—¿Estamos hablando de la misma, maestro? Trataba de un periodista, o algo así, que sufre una enfermedad terrible: el pobre tipo va perdiendo progresivamente cada uno de sus sentidos. Ni hacer el amor con la pareja puede, porque al tocarla no siente nada, y tampoco siente nada cuando es tocado. Si no me equivoco, se llama “Desapareciendo completamente”.

“Desaparecer por completo”. Así se titula la película, Pukkitas. No “se llama”. Por decirlo con mayor precisión, así se titula. Lo importante es que el argumento que acabás de resumir nos da una pista para seguir comprendiendo el papel crucial que juegan los sentidos en el arte de lograr que el lector viva nuestra literatura como si fuera un personaje más. ¿Podés traer aquel ejercicio de nuestras primeras columnas? Me refiero al de convertir en literatura aquella invitación tan poco seductora que decía “Si te venís unos días a casa, lo vamos a pasar maravillosamente”. Ese que te hizo recibir un montón de mensajitos de chicas deseosas de que las invites a la costa.

—¡Ah, claro! Acá lo tiene, con algunos cambios.

—¿Ah, sí? ¿Qué le cambiaste?

—No sólo les puse los signos de apertura a todas las oraciones interrogativas, sino que también corregí ese queísmo del arranque que decía “vas a estar cansada que caminemos”. Además agregué algunas comas donde era necesario agregarlas. Por ejemplo, en la oración condicional de ese mismo arranque.

—Exacto, esa es una coma obligatoria.

—Y tuve que hacerle también otros cambios mínimos. Nuestros lectores podrán notarlos si comparan esta versión nueva con la primera, que figura en la columna 11, llamad…

—… ¡titulada, pedazo de pandorga!

—Bueno, máster, titulada “La técnica literaria: un arma de seducción”. Como fuese, el texto quedó así:

Si te venís unos días a casa, vas a estar encantada de que caminemos juntos por la orilla del mar, aunque todavía haga frío. Con lo que sé que te gusta el invierno, el frío es un atractivo más. ¿Te conté alguna vez que soy un experto en descifrar los mensajes que las olas van trazando en la arena? Y los atardeceres, acá con el sol abriéndose camino para morir entre las hojas y las chimeneas y los altillos de las casas, se vuelven sinfonías de colores. ¿Nunca te animaste a pintar? Podemos probar a pintar acuarelas, como cuando éramos chicos. Ya lo vas a ver cuando te animes a darte una vuelta por la costa, que hace mil que no venís. ¿Te acordás de las veces que barrenamos las olas y de nuestras caminatas por el bosque? También podemos leer poesía, y a lo mejor hasta tratar de escribirla. Si te apurás en venir, todavía quedan noches en que podemos prender un par de leños en el hogar y leer y escribir bajo la claridad del fuego entonados por copas de Baileys. ¿Sigue siendo tu licor favorito? No sabés las veces que recuerdo cuando lo conocimos, gracias al barman de ese hotel de Ronda. Además descubrí un restorán de acá que prepara la mejor tortilla a la española que hayas probado en tu vida. ¿Vas a venir?

—Perfecto, Pukkas. Sin dudas, advertís la enorme diferencia con aquello de “Si te venís unos días a casa, lo vamos a pasar maravillosamente”.

—Claro, maestro. Para cumplir con la consigna, traté de ponerle cuerpo a esa información, intenté exprimir bien la naranja.

—Y resulta que, sin querer, trabajaste con el mismo criterio sensorial de tus compañeros Arrufat y Rondoletto.

—¡No me diga!

—Tal cual. ¿Recordás que te pedí que te llevaras a tu casa sus textos para que anotes en los márgenes qué sentidos estaban estimulando en ellos Juan Pablo y Cristian?

—Claro que sí, y encontré varios.

—Perfecto. Ahora hacé lo mismo con tu texto, a ver qué encontrás.

Si te venís unos días a casa, vas a estar encantada de que caminemos juntos por la orilla del mar, aunque todavía haga frío (sentido del tacto). Con lo que sé que te gusta el invierno, el frío es un atractivo más (tacto). ¿Te conté alguna vez que soy un experto en descifrar los mensajes que las olas van trazando en la arena (vista)? Y los atardeceres, acá con el sol abriéndose camino para morir entre las hojas y las chimeneas y los altillos de las casas, se vuelven sinfonías de colores (vista). ¿Nunca te animaste a pintar? Podemos probar a pintar acuarelas, como cuando éramos chicos (vista). Ya lo vas a ver cuando te animes a darte una vuelta por la costa, que hace mil que no venís. ¿Te acordás de las veces que barrenamos las olas y de nuestras caminatas por el bosque (tacto, vista)? También podemos leer poesía, y a lo mejor hasta tratar de escribirla. Si te apurás en venir, todavía quedan noches en que podemos prender un par de leños en el hogar y leer y escribir bajo la claridad del fuego entonados por copas de Baileys (tacto, vista, gusto). ¿Sigue siendo tu licor favorito? (gusto) No sabés las veces que recuerdo cuando lo conocimos, gracias al barman de ese hotel de Ronda. Además descubrí un restorán de acá que prepara la mejor tortilla a la española que hayas probado en tu vida (gusto). ¿Vas a venir?

—Es impresionante, Tío Marce, nunca lo había sospechado. Y es maravilloso ver cómo va cerrando toda la enseñanza. Cuando usted me hipnotizó para que tuviera hambre, hace un par de encuentros, le juro que olí el aroma caliente de la pizza y que oí el crujido de la parte durita, incluso cuando esa pizza estaba hecha nomás de palabras.

—Bien ahí, Pukkas, porque eso es precisamente lo que te toca hacer a vos como escritor. En resumen, evocar una realidad-otra en la sensibilidad del lector. En aquella invitación que decía “Si te venís unos días a casa, lo vamos a pasar maravillosamente”, no estábamos afectando a ningun sentido.

—Cierto, pero ahora todo cambió.

—Sacá vos entonces tus propias conclusiones.

—Y además, máster, repasando mi texto veo que me faltó estimular los sentidos del oído y del olfato.

—Eso es relativo, Pukkas.

—¿Por qué dice eso, si es verdad que no están?

—No están explicitados, pero sí implícitos. Aquello de “sinfonía de colores” es una sinestesia, porque afecta también al oído. Y fijate: cuando decís lo de “nuestras caminatas por el bosque”, no sólo estimulás el sentido de la vista; de acuerdo con la sensibilidad y la experiencia de cada lector, estarán incluidos en esa caminata los cantos de los pájaros, los aromas de los árboles y de la tierra húmeda, el rumor del viento entre las ramas.

—Es cierto, Tío Marce, qué cosa más misteriosa el poder de la literatura, ¿eh?

—Ahora quiero que, al pie de un árbol de ese bosque por el que estás caminando, acaso de la mano de tu novia, te topes con el ya insoportable hedor de un conejo muerto, hirviente de gusanos intestinales. ¿Podés oler cómo apesta, aun sin haber sido hipnotizado?

—¡Pufff, máster, se pudrió todo! ¿Para qué me sacó de esos “murmullos del bosque”, por citar a nuestro amado Wagner?

—Para recordarte que la gran literatura puede tratar sobre cualquier asunto, Pukkas. Embellece cualquier asunto, mejor dicho. Como es el caso del poeta francés Charles Baudelaire cuando trata exactamente este mismo tema en el poema “Una carroña”, incluido en su libro “Las flores del mal”. Buscalo en tu casa tranquilo, y sufrilo y gozalo. Pero, antes de irte, ayudame a recordarles a nuestros lectores que “Con tener talento…

—… no te alcanza”.

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